UNA WEB CULTURAL SIN FINES DE LUCRO QUE NO TRATA TEMAS DEL HEMISFERIO NORTE --- para evitar reclamaciones .egoistas --- CON FINES DOCENTES-me acojo al art. 32 de la Ley de Propiedad Intelectual española que dice asi:Artículo 32. Cita e ilustración de la enseñanza. BIOGRAFIAS CON FINES DOCENTES-CITANDO FUENTES
EN EL ATENEO DE BUENOS AIRES LAURA LEGAZCUE BAILA EL 31 ORQUESTA ELECTRO TANGHETTO
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HORA DE URUGUAY
CON FINES DOCENTES-me acojo al art. 32 de la Ley de Propiedad Intelectual española que dice asi:Artículo 32. Cita e ilustración de la enseñanza.
1. "Es lícita la inclusión en una obra propia de fragmentos de otras ajenas de naturaleza escrita, sonora o audiovisual, así como la de obras aisladas de carácter plástico o fotográfico figurativo, siempre que se trate de obras ya divulgadas y su inclusión se realice a título de cita o para su análisis, comentario o juicio crítico. Tal utilización sólo podrá realizarse con fines docentes o de investigación, en la medida justificada por el fin de esa incorporación e indicando la fuente y el nombre del autor de la obra utilizada.
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CON FINES DOCENTES-me acojo al art. 32 de la Ley de Propiedad Intelectual española que dice asi:Artículo 32. Cita e ilustración de la enseñanza.
1. "Es lícita la inclusión en una obra propia de fragmentos de otras ajenas de naturaleza escrita, sonora o audiovisual, así como la de obras aisladas de carácter plástico o fotográfico figurativo, siempre que se trate de obras ya divulgadas y su inclusión se realice a título de cita o para su análisis, comentario o juicio crítico. Tal utilización sólo podrá realizarse con fines docentes o de investigación, en la medida justificada por el fin de esa incorporación e indicando la fuente y el nombre del autor de la obra utilizada.
domingo, 11 de noviembre de 2012
URUGUAYOS
MUY BUENOS APORTES DE RODELU
Solicitadas
Enviado por: "canugi Yorugua" canugi@yahoo.com canugi
Vie, 9 de Nov, 2012 11:10 pm
"Se destapó el tarro. El curandero de la calle Olimar núm 40, José G. da Cunha, el insigne charlatán, como lo han publicado algunos titulados diarios de esta capital, ha curado enfermos que algunos médicos habían desahuciado y no puedo estudiar á la sombra para rendir exámen, porque estoy en libertad. El público ya puede juzgar qué clase de diarios pueden ser cuando se han ocupado de una persona que solo se ocupa de hacer bien á la humanidad, y por este solo hecho se ha cometido un atropello contra mi persona, por haber pedido el Consejo de Higiene mi prisión como un gran criminal, encerrándome en la cárcel del crímen y lo que ha faltado á sido que se me remachara una barra de grillos y fusilarme, solo por el delito de hacer el bien á la humanidad, como lo refiero más arriba.
Si los referidos diarios ú otra cualesquiera persona dudaren de las verdades espuestas, pidan pruebas que se les darán á su satisfacción para que otra vez no se metan en camisas de once varas. El Curandero de la calle Olimar núm 40.
La Razón de Montevideo
Domingo 18 de Mayo de 1884
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Mensajes con este tema (1)
2.
El Ateneo de Montevideo (I de II)
Enviado por: "canugi Yorugua" canugi@yahoo.com canugi
Vie, 9 de Nov, 2012 11:11 pm
"Catorce años atrás. El Ateneo de Montevideo
(En el 15º aniversario del Club Universitario)
¡Malhadado tiempo este que se desboca y salva la linde de los años unos tras otros, sin que haya freno ni voluntad que basten á detenerlo en su vertijinosa carrera, arrastrándonos á todos á través de las diversas zonas de la vida hasta dejarnos maltrechos y tumbados en los abismos del no ser!
Me parece que hablo de ayer, ¡y sin embargo! entre ese ayer y este hoy, media la distancia de catorce años, con sus días y sus noches, con sus alegrías y sus tristezas, con sus ilusiones y desencantos, todo mezclado y confuso entre las penumbras del recuerdo, borrados los contornos de aquellas alegrías é ilusiones ante las amargas realidades del presente.
Ya no corren las fabulosas aguas del Leteo que tenían la virtud de borrar del pensamiento los recuerdos, como borra el sol las estrellas en el abrillantado manto de la noche. El tiempo obra en el pensamiento humano como esos reactivos químicos, que en los cuerpos compuestos volatilizan algunas sustancias y condensan otras; lo que en nosotros se volatilizan son las alegrías y las esperanzas, y quedan solo condensadas las tristezas y las decepciones, corroyendo los resortes de la vida, á cuyo término queda como índice de la obra, un único capítulo: el de los desencantos: y una única aspiración: la de volver al jalón inicial de la jornada estérilmente recorrida.
-Esas son filosofías –dirán ustedes. Cierto, son las filosofías que nos hacemos todos los que vamos llegando al umbral estremo de la juventud, y vemos ya muy próximas, abiertas de par en par, las puertas de la edad de las ilusiones.
No es esto una paradoja. La verdadera edad de las realidades, es la juventud, á quien solo falta la esperiencia para saber hacer lo que la vejez sabe y no puede, pues por una sabia ley de la naturaleza, viene con la esperiencia apareada la madurez, fuerzas contrarias que en el choque se equilibran, sofrenando la una los ímpetus de la otra. Y es entonces que llega la edad de las ilusiones, ubicada no de los veinticinco años para abajo, como quieren los poetas, sino de los cuarenta para arriba, como lo enseña la realidad, porque ¿qué son las pelucas, sino ilusiones de pelo?, ¿qué las dentaduras de porcelana, sino ilusiones de dientes?, ¿qué los tintes, sino ilusiones de cabellos negros?, ¿qué los afeites y cosméticos, sino ilusiones de tersura y morbidez?
Inútiles engañifas, que á nadie engañan sino al mismo que de ellas echa mano para disimular las grietas y desperfectos que el tiempo labra en nuestra frágil estructura; puntales inútiles que no bastan á contener el desmoronamiento final que nos deja convertidos en polvo.
¿Y á qué viene todo esto?, preguntarán ustedes, y yo, á mi vez, me pregunto: efectivamente, ¿á qué viene?... ¡Ah! ya lo recuerdo... Pues viene á que con motivo de esta fiesta, revolviendo entre los laberintos de la memoria, me encontré con los recuerdos de otra fiesta que se celebró catorce años hace, y el ponerme á pensar en todo lo que va de hoy hasta aquel entonces, me arrastró por el campo de las reflexiones filosóficas sobre el tiempo que se va por la posta, y que, como las golondrinas del poeta, no vuelve el maldito, á pesar de las señales y gritos con que pretendemos detenerlo.
Y sin más preámbulo ó exordio, ó como quieran ustedes llamar á este hilván de párrafos, voy á mi cuento.
Es el caso que hace catorce años, el Club Universitario, piedra angular de la que es hoy la primera institución literaria del Río de la Plata, era apenas un grano de arena, traído y llevado por todos los vientos, sobre todo por el de la escasez, que era el que con más constancia soplaba.
Nació en un cuarto de estudiantes, y como pronto creció á punto de que ya no cupiera entre aquellas cuatro paredes, se solicitó y obtuvo que el Instituto de Instrucción Pública, cediese un salón que tenía arrumbado ahí á los fondos de la Capilla del Señor de la Paciencia, al lado de los Ejercicios. Algo dejaba que desear el decorado de la sala, consistente solo en tupidas cenefas de telarañas que colgaban en graciosas ondas de los tirantes, amén de uno que otro agujero tallado en el piso por las industriosas ratas que vivían allí como en su casa. Pero, en fin, era espacioso el local, y previa una visita higiénica de escobas y plumeros, quedó diputado y consagrado como salón de conferencias.
Mal que bien, se agenciaron algunas sillas, entre las que había de todo estilo y hechura; se pidió prestada á la Universidad una tribuna que semejaba un púlpito; se consiguió una mesa y una campanilla, y con esto quedó habilitada la sala. Si se dieron allí conferencias, no hay para qué decirlo. Era la época del silogismo (*), con el cual se demostraba todo hasta la evidencia. Aquello daba miedo. Los silogismos se cruzaban entre el disertante y el replicante, como se cruzan las balas entre dos baterías. ¡Ergo! Decía uno, y ¡ergo! replicaba el otro; y el ergo iba y venía, y rebotaba en las paredes, y lo repetían los ecos y hasta las telarañas del techo, y las ratas del subsuelo contestaban en coro: ¡ergo!.
Aquello era el purgatorio, ó más bien, el infierno donde la razón estaba condenada á los más terribles suplicios. Porque el tema de todas las controversias era la razón. Para unos era subjetiva, y para otros objetiva. Está en mí, decía uno, como está el perfume en la flor. ¡No tal!, vociferaba el otro: nos viene del cielo y nos ilumina como ilumina el sol á la naturaleza. Y los dos lo demostraban de una manera concluyente: á es b, es así que b es c, ergo... la razón es subjetiva.
Debió tomarse con mucho calor la cosa, porque poco á poco el vecindario comenzó á protestar contra aquellas disertaciones filosóficas, llegando el moreno Misericordia (**), sacristán á la sazón de los Ejercicios, á asegurar que los santos se hacían cruces en los altares al oír tantísima herejía como allí se propalaba. Se dijo que hasta el Señor de la Paciencia había perdido la suya una noche al oír sostener á un mequetrefe la trinidad de lo bello, lo verdadero y lo bueno, al par que desconocía la del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Ello es que vino un día en que el Instituto dijo ¡basta! Y con muy buenas palabras nos dio á entender que era llegado el momento de que nos fuésemos con los "ergos" á otra parte. Poca gracia nos hizo la indirecta, porque la realidad era que tanto como abundaban los silogismos, escaseaban los reales. ¿Dónde ir? El porvenir del Club se presentaba preñado de nubarrones, y la tormenta estaba ya próxima á estallar, cuando se nos presentó, como ángel bajado del cielo, un alma caritativa que nos ofrecía los medios de salir de aquel atolladero.
Juvenal Sampaio se llamaba aquel ángel tutelar, brasilero de orígen, y según él, no tenía rival en el mundo como habilísimo pianista.
¡Ingratitud del destino! Aquel genio, aquel prodijio, estaba, como el club, á la cuarta pregunta y sin que él lo dijese, bien se echaba de ver, en su languidez y en sus bostezos, que hacía por lo menos un mes que no tomaba ni el olor de la comida. Y no se crea que exagero en cuanto á no tomar ni el olor, porque han de saber ustedes que aquel ángel salvador era el ángel más ñato que puede concebirse. Era chato, absolutamente chato, sin un vestijio siquiera de prominencia nasal. En aquel rostro, como en esos acertijos en que se suprimen las vocales, había fuga de narices.
Agreguen ustedes á esto, una fuga absoluta de pesos en los bolsillos, y ya pueden formarse una idea de lo que sería el Excmo. Señor don Juvenal Sampaio, porque eso sí, el hombre no tenía ni narices ni dinero, pero tenía excelencia, proveniente de no sé qué títulos ó condecoraciones, bien que esto no tiene nada de estraño, aunque se trate de un hombre sin narices, pues narigones condecorados conozco yo á quienes les sentaría mejor estar colgados de una cruz que llevar cruces colgadas, y cuidado, que no lo digo por nadie, sino que... yo me entiendo, y Dios me entiende, y todos ustedes me entienden, y... chsst!
Pues, como iba diciendo, se nos presentó Sampaio, y nos propuso que nos daría un beneficio, cuyo producto habíamos de partir con él. á ojos cerrados aceptamos el ofrecimiento, y sin más nos pusimos á la obra de organizar el concierto, que había de tener lugar en el teatro. Pensamos primeramente en el de San Felipe, pero desechamos en seguida la idea teniendo en cuenta que no cabría allí ni la mitad de la concurrencia que había de acudir á nuestro llamado, y nos decidimos por el de Solís, que á falta de otro mayor, era el que más capacidad ofrecía.
¡Adiós penurias!, ¡adiós estrecheces! , ¡adiós telarañas y boquerones de ratas! Nos instalaríamos en el mejor salón de Montevideo, lo amueblaríamos lujosamente, compraríamos muchos libros, y sobre todo, le pagaríamos al portero tres mesadas que se le estaban debiendo.
Hicimos el programa, y como no era cosa de andar regateando, lo imprimimos con letras doradas y lo repartimos con profusión. El concierto debía tener lugar el 23 de Octubre de 1869, día sábado para más señas. Se repartieron todas las localidades entre las familias más conocidas, y se previno que las personas que no las aceptasen podrían devolverlas á la secretaría del Club, hasta la víspera de la función.
(continuará)
La Razón de Montevideo - jueves 27 de setiembre de 1883.
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Mensajes con este tema (1)
3.1.
Musica y contraespionaje
Enviado por: "canugi Yorugua" canugi@yahoo.com canugi
Vie, 9 de Nov, 2012 11:25 pm
"En la década del año 30 existía en Montevideo un cabaret llamado Maxin que funcionaba en el sótano ubicado en la calle Ituzaingó esquina 25 de Mayo. Después el local cambió varios nombres: fue así sucesivamente Boston, Goyescas, El Patio. Pero lo que voy a narrar aconteció cuando se llamaba Maxin. Por esa época, la última de los cabarets en nuestra vida nocturna –después fueron reemplazados por "boîtes" o bares americanos- trabajaba en una de las dos orquestas de la casa el pianista que motiva esta nota. Tocaba en la jazz que era además la encargada de acompañar el varieté. Dicho músico tenía un aspecto imponente de gran señor y una manía por demás agudizada: mentía, mentía siempre.
Empecemos por su lugar de origen: nunca se sabía si era correntino, paraguayo o uruguayo. Acostumbraba a mostrar unas enormes fotos que registraban acontecimientos importantes: llegada de tal o cual personaje; aniversario de una fecha; fiesta de fin de curso en determinada academia. Entonces señalaba a alguien en la foto que apenas se distinguía de los demás del grupo y decía: -"Este soy yo". Podía ser él o cualquier otro.
Cierta vez un compañero de orquesta tuvo que ir hasta su casa para avisarle sobre la realización de un ensayo. No se encontraba en casa pero una vecina se asomó y preguntó:
- ¿Busca al aviador?
- No, al pianista-
- Ahí vive el aviador -continuó la buena señora-. Imagínese que ayer pasó volando y vimos clarito cuando nos saludó!
Bien -agregó nuestro amigo- haga el favor de decirle al aviador que esta tarde tenemos ensayo en el "Maxin".
Siempre nos había dicho que tenía amores con la hija del embajador del Paraguay. Podía ser, ¿por qué no? Pero una noche pidió al violinista que le hiciera la gauchada de llevar unas líneas a la casa de su novia. El violinista así lo hizo, pero cómo sería su sorpresa cuando la dirección lo llevó a las afueras de Montevideo. Era una calle casi perdida, rodeada de casuchas miserables y sin empedrar. ¡Valiente barrio residencial! Frente al número indicado se detuvo y golpeó las manos. A las andadas acudo un viejo pobremente vestido que arrastraba unas alpargatas todas deshilachadas.
- ¿La señorita tal?
- Sí, vive aquí, pero ella no está. Déjemela nomás a mí que soy el padre.
¡El embajador del Paraguay! Esa noche el violinista le increpó al mentiroso:
- ¡Pero ché! ¡Qué embajador ni que ocho cuartos, un pobre viejo harapiento!
Nuestro personaje le contestó inmutable:
- ¡Si será sencillo! Con decirte que va de poncho a la embajada.
No se habló más del asunto. Pero el colmo sucedió poco después de estallar la Segunda Guerra Mundial. El "Maxin" era propiedad de un suizo-alemán que terminó asilándose en el Piñeiro del Campo. Este hombre, de ideología nazi, tenía un transmisor particular que utilizaba para comunicarse con los alemanes. Se comprenderá que su negocio pasara a integrar la lista "negra" que por ese entonces se confeccionaba. Un verdadero desastre porque el "Maxin" trabajaba casi exclusivamente con marineros extranjeros. En adelante la policía de a bordo de los barcos ingleses y americanos se ubicaba en frente de la casa y les impedía la entrada. El propietario desesperado -la situación evidentemente era mala- le planteó a nuestro pianista, a quién tenía en gran estima, su difícil situación.
- "No se aflija", le dijo éste, "yo estoy vinculado al personal de la embajada norteamericana y le averiguaré lo que se debe hacer en estos casos".
A los dos días trajo noticias:
- Ud. tiene que cerrar el local por tres días, cambiarle el nombre, la decoración, pagar al personal como si continuara abierto y nada más.
- ¿Pero cree Ud. que será suficiente? -le preguntó el suizo.
- Palabra de honor.
El hombre completamente entregado, cumplió al pié de la letra con las recomendaciones. Se inaugura el nuevo local. El mismo día pareció en la lista "negra". El suizo-alemán, furioso, despide al pianista y envía una nota de queja a la Asociación Uruguaya de Músicos. Esta le contesta que ese era un asunto particular y que no le incumbía al gremio intervenir. Pero igualmente los dirigentes citaron al pianista para que les diera la explicación de lo sucedido.
- ¿Por qué hizo esto? -se le preguntó.
Entonces, sublime, con una dignidad que conmovía, contestó:
- Había que hundirlo. Yo pertenezco al contraespionaje inglés.
"Yo, pianista de varieté"
J. Lamarque Pons
Libros Alfa
Montevideo, 1968
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Mensajes con este tema (2)
4.
Documental melense
Enviado por: "Daniel Gianola" gianola@ansci.wisc.edu danielgianola@sbcglobal.net
Sáb, 10 de Nov, 2012 12:33 am
Comparto esto, parte de un film documental hecho con mucho esfuerzo y
carinho por la historia de Melo, por Christian Lopez Fonseca. Por supuesto
que esto me trae emocinantes recuerdos de mi infancia.
http://documentales tanciaelrosario. blogspot. com/2012/ 10/los-actores- y-sus-pe
rsonajes.html.
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Daniel Gianola
Sewall Wright Professor of Animal Breeding and Genetics
Department of Animal Sciences
Department of Biostatistics and Medical Informatics
Department of Dairy Science
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Department of Animal Sciences
University of Wisconsin-Madison
440 Animal Sciences Building
1675 Observatory Dr.
Madison WI 53706
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email: gianola@ansci. wisc.edu
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